House
of Cards cuenta la historia del congresista estadounidense Frank
Underwood (Kevin Spacey) y sus ambiciosos intentos de conseguir a toda costa el
poder en Washington. A la par que desmenuza los atolladeros del sistema
político americano, la serie es capaz de mantener la tensión de las distintas
sub tramas, tintadas siempre de corrupción, mentiras, pulsos de poder,
manipulación y todas aquellas perversidades que puedan realizarse en los
pasillos de la Casa Blanca. Basada en la novela de Michael Dobbs e inspirada
por la serie británica de los noventa con el mismo nombre que fue considerada
la mejor serie política de Reino Unido de la historia, House of Cards ha arrancado ya su
tercera temporada con Netflix,
tras dos exitosos primeros asaltos.
Uno de los ingredientes más
atractivos de la serie es el contar con un protagonista villano, que sin
dilemas morales vela siempre por sus propios beneficios, sin muestra de dudas o
remordimientos. House of Cards
resulta tan absorbente que te impide ponerte del “lado de los buenos”, te
mantiene siempre en la línea, a punto de cruzar, pero consintiendo y respetando
cada malignidad de Frank Underwood, alias “el titiritero”. Otro de los puntos
fuertes de esta creación es el escenario que han creado, un retrato verídico de
un Washington D.C. que es poco más que un nido de víboras, donde todo vale,
donde la lucha de intereses demuestra que en ocasiones “el dinero no es tan
importante como el poder”. Si mezclamos todo esto con una implacable y
siniestra atmósfera, con elegantes elecciones estéticas tanto en guión como en puesta
en escena y con un acertado pulso narrativo, encontramos tres temporadas que
aunque irregulares, han conseguido erigir una de las mejores series políticas
de los últimos tiempos.
Como elemento añadido tropezamos
con el retrato del constante tira y afloja entre la política y la prensa, entre
el primer y el cuarto poder. Conocedor de su importancia, Underwood ejerce de garganta profunda a lo largo de
la serie, filtrando informaciones que
ayudan a desmoronar a sus contendientes políticos. La serie cuenta con
un reparto de renombre como Kevin
Spacey, Robin
Wright o Kate
Mara y ha recibido múltiples reconocimientos y nominaciones como la de
mejor serie en los Emmy o en los Globos de Oro, y los diferentes premios de
Spacey como mejor actor (Globo de Oro, Premio del Sindicato de Guionistas).
Para quien no haya visto nunca la serie, falta por destacar el plato fuerte de
la misma: los momentos en los que Underwood rompe la cuarta pared, y hablando
directamente a cámara nos hace partícipes de sus viles intenciones. Demuestra
en esos instantes, y en ocasiones incluso sin hablar, la naturaleza del
personaje al que interpreta. Haciendo gala de sus grandes dotes actorales
Spacey saborea y se deleita en esos soplos, en los que con pequeñas pinceladas
de humor y cinismo a partes iguales, conecta con el espectador y nos mantiene
“en su equipo”, permitiendo que empaticemos con él aunque sea un auténtico
protagonista-villano.
A pesar de ser pretenciosa, de
reposar en el protagonista la mayor parte del peso de la serie, y de faltarle
calado o emoción, es una serie muy segura de sí misma aun sabiéndose remake.
Aunque la ya descrita falta de todo conflicto moral resulta en ocasiones
irreal, lo cierto es que la serie es capaz de simbolizar a la Casa Blanca como
un fidedigno castillo de naipes (house of cards), que se tambalea según sople
el viento de los intereses. A falta de más alusiones a conflictos reales, en la
trama aparecen bien representados tanto los juegos de poder, como la influencia
de las multinacionales en la toma de decisiones, ambas temáticas de agradecer
en un intento de retrato verídico de la política actual. En definitiva es un must-see por ser imagen de nuestro
tiempo, por tratarse de la última creación del gran David Fincher y por qué no,
porque merece la pena ver a Spacey rompiendo la cuarta, la quinta y la sexta
pared si es necesario.
Adriana Cardoso Navarro
House of cards, about how Kevin Spacey broke
the fourth wall
“House of Cards” tells the story about Frank Underwood (Kevin Spacey), an US congressman
who tries, at all costs, to gain the power in Washington. This TV series is
able to show the intricacies of the American political system, and also is able
to keep the dramatic tension of the subplots about the corruption in the White
House, lies and manipulation. “House of Cards” is based on the Michael Dobbs’s
book, and inspired by the British TV Drama which was considered the best British political TV series of history,
and it has already launched its third season with Netflix.
One of the most attractive constituents of this
series is to have a main character who is a bad guy, who hasn’t moral dilemmas
and who only watches over his interests, without doubts or regrets. “House of
Cards” is too absorbent and it prevents you to siding with the good guys, tolerating
Underwood’s malice. This series has created a real portrait of Washington D.C.,
where "anything goes" and where the battle of interests demonstrates
that “sometimes, money isn’t as important as power”. Mixing all this with a
sinister and cold atmosphere, with elegant aesthetic choices and a smart
narration, we will get the three seasons, which despite been irregular, have
achieved to become one of the best political series of the last years.
There is also the give-and-take between policy
and press, between the first and the fourth power. Underwood knows how
important the media are, and he acts as Deep Throat
filtering information to knock his political enemies. The series counts with a great
cast as Kevin Spacey, Robin Wright or Kate Mara and it has been awarded and nominated,
specially Spacey with the Golden Globe for the Best Performance by an Actor in a Television Series – Drama. For
all the viewers who haven’t seen the series yet, we should highlight the
moments when Underwood breaks the fourth wall, and talking to the camera, make
us participants of his bad intentions. On this flashes, even without talking,
he discloses the character´s nature, demonstrating his actor’s abilities,
adding humor and cynicism and connecting with the public, keeping us on “his
team” and allowing us to empathise even though he is a real villain.
Despite being pretentious, leaving on the main
character the importance of the series, and having not a lot of emotion, this
is a very confident series even though it is a remake. The absence of moral
dilemmas can be sometimes unreal, but the series achieves to perform the White
House as a real “house of cards” which moves according the interest’s wind. The
plot offers a real representation about the power games, and the growing
influence of multinationals on the decision-making. Ultimately, this is a
must-see for being an image of our times, for being the David Fincher’s
last creation and, why not, for seeing Spacey breaking the fourth, the fifth,
or the sixth wall, if necessary.
Adriana Cardoso Navarro
Review: Pilar Colomo
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