Hay
historias que acrecientan su poder de convicción con el envoltorio en el que
éstas vienen envueltas. Una buena elección del entorno físico donde el
personaje actúa e interactúa con otros individuos de ese entorno también
preparados al efecto, asientan las bases de ese tándem tan funcional como
vistoso, que tan bien les sienta a tantos largometrajes. Alexander
Payne decora y redecora con
suaves matices de paisajes semidesérticos, ambientes rurales de una América
profunda que se nos presenta a través de apocados granjeros que ven la vida
pasar sentados en sus crujientes y maltrechas mecedoras. Tenues luces del más
clásico “midwest” filtradas por un blanco y negro que acentúa cadenciosos
atardeceres en bares de carretera en los que hace ya demasiado tiempo se
difuminaran furtivas ilusiones juveniles.
“Nebraska”,
es ante todo una alegoría a esa figura familiar venerada en tiempos pretéritos
y tan denostada en nuestros modernos y
estresantes días. Un anciano dado a
la ingesta alcohólica y con brotes sintomáticos de una demencia senil que lleva
de cabeza al resto de la familia, es el punto de partida de una historia de
dignidades, valores perdidos, vilezas humanas ensartadas en intereses económicos y tragicómicas odiseas
de una tercera edad que siempre merece algo mejor.
Woody Grant,
encarnado por un excelso Bruce
Dern, es víctima de uno de los muchos correos basura
que a diario nos engatusan con premios millonarios, casas de ensueño y demás
burdos ganchos publicitarios; acompañado por su hijo David (Will
Forte), quién se convierte
en punta de lanza que acomete contra esos molinos convertidos en gigantes que
su padre ve con tan meridiana claridad, emprenderán un largo viaje donde se
pondrán en juego valores mucho más notables que el supuesto millón de dólares.
Un viaje en busca de una ilusión, quién sabe si la última y por eso tan
necesaria, que supone ese antifaz invisible que el anciano Grant parece
utilizar para ver sólo lo que realmente le importa, y difuminar hasta hacer
desaparecer agravios y demás deleznables actitudes.
June
Squibb en el papel de una
descarada, socarrona y mordaz anciana (Kate
Grant), junto a un veterano Stacy
Keach (Ed Pegram), y los anteriormente citados Dern y Forte entre otros,
conforman el plantel de una de esas historias que sin grandes aspavientos, tan
despaciosamente como sus serenos atardeceres, nos dejan esa sensación de
habernos satisfecho gratamente.
Carlos Pérez
Nebraska
There are stories that increase its power of
conviction with the packaging in which they are wrapped. A good choice of the
physical environment where the character acts and interacts with other
individuals establishes the duo basis that fits many movies., Alexander Payne decorates and redecorates with soft hues of rural
environments, semi-desert landscapes of a deep America which we are presented
through resigned farmers who see life pass sitting in their old and battered
rockers. A dim light of a classic "Midwest "
filtered through black and white which emphasizes alluring sunsets in roadside
bars where too many years ago furtive
youth illusions took place.
"Nebraska" is first and foremost an allegory to that family
figure revered in old times and maligned in our modern and stressful days. An
old man given to alcoholic intake and with symptomatic outbreaks of a senile
dementia that drives the rest of the family crazy, is the starting point of a
story of dignities, missing values, vile human acts coming from economic
interests of senior citizens who always
deserve something better.
Woody Grant, embodied by an excellent Bruce
Dern, is a victim of
one of the many spams that daily cajoles us with millionaire prizes, the house
of our dreams and other advertising hooks; accompanied by his son David (Will
Forte), who will attack
those windmills which become giants that his father sees so crystal clear. They will undertake a long journey where there will be much more important things at stake
than the one million dollars. A journey in search of an illusion, - perhaps the
last one and that is why it is so needed -, which is supposed to be that
invisible mask that the old Grant seems to wear to view only what really
matters for him, and to blur and to get rid of grievances and other despicable
attitudes.
June
Squibb in the role of a
sassy, sly and mordant elder (Kate Grant),
along with a veteran Stacy
Keach (Ed Pegram), and the aforementioned Dern
and Forte among others, define the staff of one of those stories that, as
slowly as its serene sunsets, leaves us with a feeling of being pleasantly
satisfied.
Translation
review: Elvira Salinas
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